Salvajada disfrazada de tradición

Mariama Diallo explica en primera persona la terrible experiencia por la que pasan las niñas sometidas a la mutilación genital

Derechos humanos. La agente de salud de Metges del Món de Mallorca Mariama Diallo lucha por que ninguna niña pase por lo que ella sufrió, con sólo cinco años, en su Guinea Conakry natal: la mutilación sexual, una práctica salvaje amparada por la tradición «cultural» de la que son víctimas millones de niñas y mujeres de 30 países. El viernes explicó en el Club Diario su historia y la de tantas y tantas mujeres anónimas.

Mariama Diallo tenía sólo cinco años, pero recuerda perfectamente aquel día en que la llevaron con sus tres primas a ver a una mujer que cambiaría sus vidas para siempre. La metieron en una sala donde había una mujer vestida de rojo con un cuchillo en la mano. Cuatro mujeres la sujetaron y la abrieron las piernas para que la pudieran mutilar. Al lado estaba su tía, que instó a la mujer del cuchillo a que «cortara más» porque «todavía no estaba limpia». Y cuando parecía que el horror había acabado, volvió a empezar. «El dolor no se puede resistir, te están cortando una parte de tu cuerpo sin anestesia», relata Diallo en el Club Diario ante un auditorio mudo, que escucha estremecido, con la garganta hecha un nudo.

Diallo es agente de salud de Metges del Món de Mallorca y cuenta su historia y la de muchas otras mujeres en la inauguración de la exposición de la ONG en el Club Diario titulada ‘Un viatge amb compromís: el valor de la prevenció en la lluita contra la mutilació genital femenina’, que busca concienciar sobre esta práctica que trae consecuencias fatales para las niñas (algunas mueren por la hemorragia), que arrastrarán durante el resto de su vida. La exposición se puede visitar hasta el día 12.

Una tradición brutal

Todavía hoy Diallo, de 40 años de edad, considera a su tía como una enemiga. Aunque explica que era un eslabón más de esta costumbre brutal que se justifica por la «tradición cultural» y que no tiene ninguna justificación más allá del deseo «del hombre de controlar a la mujer», aclara Diallo. Y de someterla a su «destino»: propiedad de su marido y dedicada al cuidado del hogar y los hijos, sometida y sin libertad. «Mi tía era la mandada de la familia, estaba haciendo su trabajo», lamenta.

Millones de mujeres en todo el mundo son sometidas a diversas formas de mutilación genital, a cual más salvaje, que van desde la extirpación del clítoris a la de los labios mayores, incluso las cosen la vagina dejando solo un pequeño orificio para la menstruación. El mismo día que se casan, las «abren» sin anestesia para que pueda penetrarlas su marido, lo que las causa un espantoso dolor.

La misión de Diallo es sensibilizar y concienciar a mujeres y hombres procedentes de etnias o países en los que se practica la mutilación sexual femenina para que no permitan que se la hagan a sus hijas. En los países europeos esta práctica está perseguida, pero el problema surge cuando las niñas viajan a los países de origen de sus familias, donde no solo no está penada sino que a las niñas y mujeres no «cortadas» se las rechaza y margina como apestadas, porque la comunidad las considera «sucias». «Nadie quiere casarse con ellas», agrega.

La presión social es tremenda, hasta el punto de que hay niñas, adolescentes o incluso mujeres que deciden por su cuenta que las mutilen para no sufrir la discriminación. «Dicen que es algo normal o cultural, pero ni en el Corán ni en la Biblia pone que las mujeres tengan que ser mutiladas», aclara Diallo. «La mujer no tiene voz ni derecho, se hace lo que dice el hombre, y si la madre se niega a ‘cortar’ a la hija, la echa a la calle con las niñas», continúa.

Para eliminar la mutilación genital es fundamental la concienciación de los padres y madres, y de las propias niñas y adolescentes, y para ello la labor de formación e información como la que desarrolla Metges del Món es básica.

Mutilada cuatro veces

En Mallorca la ONG ha tenido tres casos, uno de una niña de Costa de Marfil que había sido mutilada cuatro veces y que huyó a la isla, donde vive su hermana, cuando la prometieron a un hombre de 65 años. En otra ocasión, la Guardia Civil llamó a Metges del Món porque tenían a una mujer senegalesa con dos niñas que había huido de su país porque la familia de su marido quería mutilar a sus hijas. «Los agentes no la creían, no sabían de qué les estaba hablando», relata Diallo. Ella la tranquilizó: «Yo sí te creo, he pasado por eso».

Las hemorragias son frecuentes y en ocasiones causan la muerte de las niñas, pero las familias creen que es voluntad de Dios

Las consecuencias de la mutilación genital para las niñas y mujeres son graves y perduran toda la vida. El «corte» lo hacen mujeres sin ningún conocimiento médico, que han aprendido de sus madres o abuelas. Las hemorragias son frecuentes y en ocasiones causan la muerte de las niñas, pero las familias no lo relacionan con la mutilación, sino que lo atribuyen a «la voluntad de Dios», a que su hora ha llegado y «estaba escrito». Las consecuencias a largo plazo: infertilidad, dolor y dificultades en las relaciones sexuales, imposibilidad de disfrutar de ellas, y un trauma que nunca se olvida.

«Lo que viví es mi secreto, es un tema tabú que no se habla con nadie, ni con mi madre, ni mi hermana ni mi tía», continúa Diallo, que relata que una de sus primas murió.

«¿Por qué existe esta práctica? Porque lo decide el hombre. Lo hace para controlar a la mujer, para que esté en casa y se ocupe de cuidar a los niños», agrega. «Mi hija me dijo: quiero que me mutiles. ¿Por qué?, pregunté. Porque en el cole me dicen que estoy sucia. Era rechazada. Los niños y niñas rechazan a las niñas no mutiladas y no juegan con ellas. Hay una palabra muy fea para denominarlas», prosigue.

El documental ‘Bref’, de Christina Pitouli, añadió después de la conferencia de Diallo más testimonios de mujeres que han sufrido la mutilación. Este trabajo se puede ver en Youtube.

Metges del Món organiza cursos con mujeres, hombres y adolescentes en Palma: «Si no están sensibilizados, lo harán», advierte.

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