Carmen Pi. Eivissa
¿Cómo serían nuestras sociedades, nuestra política y nuestra economía si el mantenimiento de una buena vida para todos fuera la prioridad?», plantea Yayo Herrero, experta en ecofeminismo y miembro de Ecologistas en Acción
Yayo Herrero pronunció la conferencia ‘Ecofeminismo’ en el Club Diario de Ibiza. Una conferencia organizada por Ara Eivissa y que presentó Laura García, en la que expuso sus ideas sobre la «crisis que estamos atravesando» y las «posibles alternativas», teniendo como punto de partida «la vida».
EL ‘Ecofeminismo’ es un movimiento que «propone situar el mantenimiento de todas las formas de vida como prioridad absoluta de la política y la economía». Trabajadora de la cooperativa Garua, miembro de Ecologistas en Acción, profesora de la cátedra de la Unesco de Educación Ambiental y Desarrollo Sostenible de la UNED y portavoz de un espacio «en torno a las transiciones socioecológicas» llamado Foro de Transiciones, la experta aboga por un cambio de sistema para que «la prioridad social» deje de ser «el crecimiento de la economía».
¿Qué es el ecofeminismo?
Es una corriente de pensamiento y un movimiento social que surge a medida que se expande el movimiento feminista a comienzos de los años 70, y que se centra en razonar y pensar sobre la crisis que estamos viviendo y sus alternativas, poniendo como centro la vida.
¿Podría poner un ejemplo?
Claro. La idea es preguntarse: ‘¿Cómo serían nuestras sociedades, nuestra política y nuestra economía si el mantenimiento de una buena vida para todos fuera la prioridad?’. Los seres humanos somos una especie que vive inserta en un medio natural, el planeta Tierra, que es de donde sacamos todo lo que necesitamos para poder mantener la vida física. Pero esa naturaleza tiene límites físicos que han sido superados, como lleva avisando la comunidad científica desde los años 80, por haber configurado un modelo de vida y un modelo de economía que no lo tiene en cuenta.
¿Y dónde entra el feminismo?
Hay que tener en cuenta que nuestra vida transcurre encarnada en cuerpos vulnerables, finitos y que envejecen, que tienen que ser cuidados durante toda la vida pero, sobre todo, en momentos como son la infancia, la vejez, o la enfermedad. En definitiva: la vida de una persona sola es inviable. Siempre vamos a necesitar que nos cuiden y vamos a tener que cuidar de otras personas durante el ciclo vital. Ahí entra el feminismo.
¿Convertirnos en cuidadores?
A lo largo del tiempo quienes, normalmente, se han ocupado del cuidado de los cuerpos han sido y son mujeres. Vivimos en sociedades que tienen una particular división sexual del trabajo, y que asignan a los hombres la obligación de estar de ser proveedores de la casa y del dinero, y que asigna también, de forma no libre, a las mujeres (en su mayoría) la tarea del cuidado de la vida, una tarea que es imprescindible, pero que se desarrolla cada vez más en modelos económicos y sociales dónde la vida está siendo atacada. En modelos que precarizan, que reducen los salarios, que recortan en gasto público o en servicios sociales. Por lo tanto, los hogares, es decir, las casas y, dentro de ellas, a las mujeres, es quienes les toca actuar como amortiguador o colchón de este modelo económico que tiene unas prioridades que son diferentes a las de mantener el bienestar de las personas. El feminismo parte de la igualdad, por lo que abogamos por un sistema en el que estos roles se rompan y aceptemos el hecho de que nos necesitamos todos.
¿Qué es lo que prima en nuestra sociedad?
La mayor denuncia desde los movimientos de corte ecofeminista, y muchos otros, es que la prioridad social está centrada en torno al crecimiento de la economía. Con tal de que ésta crezca merece la pena sacrificarlo todo. Es decir, merece la pena sacrificar caladeros de pesca, territorios cultivables y hasta cambiar el clima y destrozar el planeta. Sin embargo, todo este sacrificio lo que oculta es que, al final, sin naturaleza y sin todos esos trabajos de cuidado, no hay ni economía ni vida posible.
Pero «el mundo siempre ha sido así», dicen algunos.
Entender esta frase como ley natural es muy peligroso, ya que en realidad esta situación es tremendamente reciente. En España, las personas vivieron con los recursos que producía nuestro propio territorio prácticamente hasta finales de los 70 y en 1989 teníamos un consumo de energía primaria que era menos de la mitad que el de ahora. Y en esos años no íbamos en taparrabos ni vivíamos en cavernas, llevábamos vidas muy normales. Lo que se ha producido ha sido una escalada brutal en el consumo, así como en las formas irracionales de entender la economía. Y ese consumo, paradójicamente, a mucha gente, lejos de haberle proporcionado más felicidad y tranquilidad, cada vez le angustia más. Este modelo, que invierte mucho dinero y publicidad en plantearse como el único posible y el único deseable, tiene muchos problemas.
¿Existen alternativas?
Por supuesto. Eso sí, todas ellas implican adoptar formas de vida mucho más sencillas en lo material, con mucho menos consumo. También implica que la economía tiene que ser vista de una forma radicalmente distinta.
Algo inevitable ya.
Exacto, es importante tener en cuenta que esa reducción del consumo y del tamaño material de la economía se va a producir sí o sí. Es decir, el agotamiento de los recursos naturales y el propio cambio climático se van a encargar de que tengamos un estilo de vida material global mucho más sencillo. Lo que está en juego es si se va a llegar a ese estilo de vida de una manera justa o no.
Póngase en lo peor.
La vía justa implicaría un reparto de la riqueza. En la otra opción, la más peligrosa, los pequeños núcleos continuarán teniendo privilegios mientras cada vez más gente va quedando en terrenos de marginalidad, precariedad y empobrecimiento..
¿Cómo contribuye la sociedad a que esta rueda siga girando?
Sobre todo adoptando acríticamente los discursos que queremos oír. El problema es que existe una especie de mitología que hace pensar que tu vida no merece la pena si no consumes. Que vivimos mejor y tenemos un bienestar mayor ligado a un montón de objetos de consumo y, sobre todo, una estructura de la sociedad en la que los puestos de trabajo que se favorecen son muchas veces tremendamente dañinos, mientras que los que podrían ser mucho más sostenibles no reciben ni el apoyo ni el incentivo que deberían.
Y seguimos sin abrir los ojos…
Si hubiera una información clara que expresase y que contase la gravedad de la situación en la que estamos, las repercusiones y el tipo de mundo que les estamos dejando a las generaciones futuras, creo (espero) que la reacción sería diferente. Está claro que existe un oscurecimiento de toda esta problemática en la sociedad. Se habla más, recientemente, del cambio climático, pero es muy raro que veas en medios de comunicación información sobre el declive del petróleo y lo que supone.
¿Qué supone?
Se plantea la transición a las energías renovables como si fuera cuestión de sustituir unas fuentes energéticas por otras, cuando las renovables, que son de las que vamos a vivir en el futuro, no pueden, ni de lejos, sustituir lo que ha podido permitir el petróleo. Es decir, son fuentes que inevitablemente van a sostener estilos de vida muchísimos mas sencillos. Esto no se cuenta.Por otro lado, existe una idea instalada de que la economía tiene que crecer para poder generar puestos de trabajo, que funciona como herramienta de domesticación.
¿Y la soledad?
Si. Estamos atomizados y solos. La capacidad de juntarnos para conseguir cosas, aunque sean pequeñas, tiene mucho que ver con las posibilidades de cambio.
Atravesamos una crisis ecológica, económica y social…
Todas ellas van entrelazadas. En este momento, el individualismo te impide ver incluso los tipos de daños que están sufriendo otras personas. Por ejemplo, la crisis de personas refugiadas, o los movimientos migratorios forzosos que se están produciendo. Vemos personas que topan con vallas que no les permiten entrar en las zonas ricas, pero esas vallas se abren y se cierran todos los días para introducir los materiales y la energía que son extraídos de sus territorios. Todos los países ricos son tremendamente dependientes de recursos que vienen de territorios que han sido históricamente utilizados como grandes minas y como grandes vertederos. Y hay una relación de injusticia que fuerza la salida de muchas personas de sus territorios y un conflicto enorme.
¿Estamos despertando?
Yo creo que sí. Yo llevo en el movimiento ecologista mucho tiempo y me emociona ver a los jóvenes del Fridays For Future en la calle llamando la atención sobre todas estas cuestiones. Es verdad que vamos tarde pero, aun así, hoy mejor que mañana.
¿Qué propone el ecofeminismo?
Situar el mantenimiento de todas las formas de vida como prioridad absoluta de la política y de la economía. Eso, que es muy genérico, aterriza en propuestas de políticas públicas absolutamente viables y factibles técnicamente, aunque mucho más complicadas políticamente, si no se trabaja bien toda la sensibilización de la ciudadanía. Por ejemplo, establecer políticas de gestión de demanda. Gestionar el agua, el territorio, el consumo o el tipo de agricultura en función de lo que el territorio puede proveer, y con eso garantizar las necesidades de la gente, no al revés. Ahora se estimula por vía publicitaria que la gente pida todo lo que quiere, y luego se fuerza lo que sea necesario para que ese consumo sea posible y se sigan incrementando las ventas. Descarbonización de la economía, reducción del consumo energético, reducción del transporte privado, cambio en el tipo de edificación… Y, por supuesto, todo un sistema de pedagogía social. Campañas importantes de sensibilización del conjunto de la ciudadanía, para que entiendan y apoyen estas medidas.
¿Conoce Ibiza?
He estado un par de veces en la isla. Conozco el problema que existe derivado del turismo y de las avalanchas de población que consume cantidades ingentes de agua, y que, al no estar vinculadas al territorio ni afectiva ni intelectualmente, suponen un impacto material negativo en la isla. La industria turística, mal gestionada, supone un factor destructor tremendo que genera un tipo de crecimiento económico raquítico, así como puestos de trabajo tremendamente precarios, la gentrificación de la isla, el uso ingente de energía fósil, los cruceros, el gran número de vuelos y un tipo concreto de hábitos generados dentro del propio territorio.
¿Algún consejo?
A veces, cuando miramos el problema, lo vemos como un monstruo tan grande que no sabemos por dónde meterle mano. Organizarse es bastante importante, ya que enfrentarnos solos a los problemas estructurales no da mucho margen de victoria. Necesitamos combatirlo de forma organizada e ir poniendo en marcha experiencias y alternativas que, aunque sea en lo concreto y de forma pequeña, funcionen. Agroecología, iniciativas económicas solidarias, medios de comunicación alternativos que traten estos temas… son iniciativas que resuelven necesidades de la gente y laboratorios de experiencia que nos permiten experimentar el éxito de hacer cosas juntos. Y ese es el mejor antídoto contra el desánimo.